Magistralmente vestida, con la belleza sublime de la Madre que en su Amargura deja un resquicio para la esperanza, para sentir la esperanza y para ofrecerla a los fieles que se acercan hasta Ella. Época hermosa la del adviento en la que la Reina del Cielo invita a caminar hacia un horizonte, hacia un cielo tan azul como su manto de sencillo brocado, combinado con el blanco de su pureza en saya y bocamangas y con el bordado y fajín dorado, como el sol que reluce y que nacerá en Belén para alumbrar la senda de los peregrinos que hasta él se acerquen.
¿El tocado? Qué decir, amigo vestidor, un poema a la sencillez y al buen hacer que con un papel de raso y la tinta de tus manos ha sabido escribir tablas espigadas en su pecho y enmarcar su rostro con el leve y discreto pellizco que suavice el rostro de esta madre que ahora más que nunca nos ofrece su dulzura.
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